lunes, 24 de junio de 2013

Los pichiciegos, de Fogwill

Los pichiciegos (1983)
Fogwill (Rodolfo) (1941-2010)
Periférica, 2010, 215 p.

Tantas veces, uno desearía no estar allí donde se nos obliga a estar, poder cavar un agujero donde escondernos y negar que eso que se nos impone es real. Cuánto más en una guerra, más aún en una en la que la derrota es segura. En la primera novela de Fogwill, escrita de forma simultánea a la guerra de las Malvinas, se muestra la vida y desventuras de una veintena de desertores argentinos que han cavado un refugio secreto, que llaman la Pichicera, en el que sobreviven mediante rapiñas y trapicheos con ambos bandos. Allí los pichis crean sus propias reglas, aunque son cuatro de los fundadores, los Reyes Magos, quienes organizan y adoptan las decisiones importantes. Ese agujero, sin embargo, no es un hueco capaz de aislarlos de la realidad: la sustituye sólo en parte, creando una nueva donde se pierde en lo material, y se engaña la libertad (no hay oficiales ni vida cuartelera, pero igualmente se constriñe el espacio de libertad con nuevas reglas y condicionantes, como el de no poder salir sino de noche).

La novela tiene varios puntos de interés, el principal a mi juicio es la forma en que se narra y se dosifica la información: primero no se sabe muy bien qué está ocurriendo, quiénes son esos hombres que pasan frío y sufren carencias de todo tipo, después vamos descubriendo el porqué de sus penurias y rutinas, su forma de ver la vida desde ahí abajo. Hay alternancia de un narrador en tercera persona, omnisciente, y Quiquito, un pichiciego que anota y graba. El diálogo es una de las formas más frecuentes de narrar esta historia, diálogos impregnados del habla argentina popular. Al fin y al cabo, los pichis no son sino jóvenes de provincias, adolescentes algunos, hijos de obreros arrastrados a la guerra por la dictadura argentina para defender las islas de la invasión británica.

Los pichiciegos es un retrato feroz de la guerra a través de una situación que roza el absurdo, y que no se asienta ni en el realismo político ni en un antimilitarismo manifiesto. Está más cerca del teatro del absurdo que de la novela social, y no extraña que se halla dramatizado varias veces: ahí pesa la fuerza de los diálogos y del escenario cerrado, los ruidos de la guerra afuera, tan cerca.

Cierro con un apunte personal. Aún no sé por qué siento tanta fascinación, en literatura pero también fuera de ella, por los lugares subterráneos, las galerías, toperas y pasadizos. En mi primera novela, Estragos, constituían un elemento fundamental: era lugar de conocimiento para Alicia y Ángel. No dejan de interesarme. Tiene que ver con la luz (como ausencia y promesa), pero también con la apariencia de aislamiento, que nunca se alcanza.

miércoles, 12 de junio de 2013

ser y representar


Que yo recuerde, suelo preferir el libro a la película. No sólo por la libertad de composición imaginaria de espacios y fisonomías, sino porque el lenguaje del cine es mucho más limitado para entrar en digresiones narrativas que son fundamentales para dar fondo y peso a la trama y a la acción de los personajes. También me pasó con La insoportable levedad del ser. Hace unos años leí mucho a Kundera, que ha sido una referencia importante no ya para mi escritura (de eso no siempre soy consciente, lastres del improvisador), sino para mi forma de ver la vida. La novela es mejor que la película, no hay más que decir. No tengo intención de escribir sobre ambas. Esto es sólo un brevísimo apunte. Lo que vengo a decir es que, incluso cuando se trata de poner cara, expresión y emoción a los personajes, la novela es superior. Solo que en la película está Juliette Binoche. Ahora ya, incluso en la relectura, Tereza será siempre ella.

jueves, 6 de junio de 2013

Infidèles, de Abdellah Taïa

Infidèles
Abdellah Taïa (1973)
Seuil, 2012, 188 p.

Podría ser tentadora la comparación de Abdellah Taïa con Mohamed Chukri, de quien también he escrito algo en este blog. No digo que no sea pertinente establecer nexos y puentes, siempre que no se caiga en la idea reduccionista de endosarle a Taïa, por haber llegado después y seguir vivo, la etiqueta de “nuevo Chukri”. Ambos son marroquíes y trasgresores, ambos atienden a la marginalidad y moldean su literatura a partir de los materiales que les proporciona su propia experiencia. Si en Chukri la crudeza y la pobreza son más evidentes, en Taïa cobra más fuerza la denuncia del régimen alauí, la desigualdad, la sumisión, el machismo y la homofobia. Sin embargo, en el segundo la biografía no pesa tanto, está al servicio de la ficción, y cada vez más. Es la materia prima a partir de la cual novelar. No se trata de decantarse por uno u otro, pero creo que ese es uno de los varios aspectos que diferencian a dos autores que vale la pena leer. Pero aquí voy a hablar de Abdellah Taïa. (Nota: Aunque en las traducciones al español se escribe Abdelá Taia, prefiero respetar la forma en que él firma sus obras en la lengua en que las escribe, el francés.)

Afincado en París desde 1999, Abdellah Taïa salió del anonimato al ser el primer personaje público marroquí en reconocer su homosexualidad, en la revista Tel Quel en 2006. Escritor en lengua francesa (mientras que Chukri escribió siempre en árabe, y con frecuencia en dialectal marroquí), de su obra destacan Mon Maroc (2000) (traducido por Lydia Vázquez Jiménez para Cabaret Voltaire), L’armée du salut (2006), Une mélancolie arabe (2008) o Le jour du roi (2010) (las tres traducidas por Gerardo Markuleta para la editorial Alberdania).

Con Abdellah Taïa me ocurre algo no poco frecuente: que me interesa mucho lo que cuenta, su mundo íntimo, su visión de Marruecos, aunque no siempre me convence la forma en que lo hace. Hay un despojo del lenguaje, una tendencia a la máxima simplicidad, la frase cortísima, el párrafo de pocas líneas o una sola, una desnudez explícita y reiterativa, un estilo inmutable que no siempre hace honor a lo narrado. Es un tono que podría recordar a Marguerite Duras si lograra tan a menudo la intensidad de las imágenes y sensaciones que creaba ella. Por supuesto que hay intensidad en el autor marroquí, pero no tanto por el uso del lenguaje (aunque a veces también), como, una vez más, por lo que se está narrando.

En sus últimas dos novelas, Taïa va despojándose de su propia biografía para crear ficciones en las que la experiencia está al servicio de personajes autónomos. En Le jour du roi (2010), Omar, adolescente pobre de Salé, narra cómo se siente traicionado cuando su mejor amigo, el rico Khalid, le oculta que ha sido el elegido para besar la mano de Hassan II en su visita a la ciudad. Entre la ensoñación y la rabia, Omar se dejará llevar por la envidia. La novela se asienta sobre el tema de la desigualdad entre pobres y ricos en Marruecos, y trata la sumisión, los celos y, particularmente, el poder divino, temible y omnímodo de Hassan II en sus años de plomo (está ambientada en 1987). Quizá su mayor logro sea el uso de la parodia para tratar el tema de la desigualdad bajo la monarquía sagrada marroquí, así como la denuncia de las desigualdades mediante la caracterización de los personajes de la criada Hadda (un retrato excelente de la servidumbre) y del contradictorio Khalid.

En la última hasta ahora, Infidèles (2012), Taïa introduce mayor complejidad estructural, puesto que se sirve de varios narradores. En ella está la vida de la prostituta Slima y su hijo Jallal, que descubren a Marilyn Monroe en River of No Return, la película de Otto Preminger, y la convierten en su diosa protectora. Madre e hijo simpatizan con un soldado anónimo, uno de tantos clientes, que tras su marcha a la guerra del Sáhara es borrado, acusado de traición. También Slima es acusada de traición, encarcelada y torturada sistemáticamente. Su vida queda rota para siempre y se refugia en una fe íntima, alejada de los dogmas del islam. También el islam acaba siendo el último refugio al que es arrastrado Jallal, en su caso por amor a un islamista manipulador. Por la novela transitan personajes tan memorables como, además de Slima y Jallal, el islamista Mathis-Mahmoud, o la vieja celestina Saâdia:

“Le monde m’a toujours donné une autre image de moi-même. Je suis perverse. La vieille perverse dont tout le monde a besoin. Un peu sorcière. Un peu médecin. Un peu pute. La spécialiste du sexe.” (28)

La visión que ofrece Taïa de la historia marroquí, además de ir a contracorriente de la versión oficial, tiene una aparente frescura que apenas logra esconder su ácida crítica. Como, por ejemplo, el tema tabú del Sáhara:

“C’était le milieu des années 80.
Le Maroc avait soudain besoin de plus de soldats. On les formait à Salé, à Kenitra, à Meknès, et on les expédiait au sud, dans le Sahara, défendre un désert soudain devenu un territoire national, une cause sacrée. Un tabou. Un mystère. Une fiction. De la science-fiction.”
(60)

Con todo, el peso de Infidèles recae en Jallal, niño y adolescente, siempre inmaduro y soñador. Acaso todavía demasiado parecido al personaje que el autor ha creado de sí mismo:

“Quelque chose arrive. Je le vois. J’y suis.
J’avais changé de réalité, j’étais entré pour de vrai dans la fiction, j’avais traversé la frontière. Pris d’autres couleurs.
Le temps s’est arrêté.
J’étais dans le vrai.
Dans le chant.
Sur un arbre.”
(75)