lunes, 26 de noviembre de 2012

ni siquiera la lluvia

A veces se vuelve a ciertos poemas como se vuelve a ciertas películas (me ocurre de un modo diferente con la relectura de novelas, sería largo explicarlo aquí). Como se vuelve a ciertos recuerdos, acaso compartidos. A veces, poemas, películas y recuerdos forman un entramado de hilos que se enlazan entre sí: Debió de ser a mediados del curso 1995-1996 (el último de la carrera) en Madrid, cuando, en el último piso de estudiantes, mi tocayo Daniel Izeddin (quién sabe dónde andará) y yo nos encerramos durante varias noches a ver y rever la filmografía completa de Woody Allen en vídeo. Una de esas noches, tirado en el sofá ante Hannah y sus hermanas, el personaje interpretado por Michael Caine regalaba a una de las hermanas de Mia Farrow un libro de poesía de e. e. cummings, y, ya en su casa, ella leía dos estrofas (la segunda y la última) del poema que hoy me rondaba la cabeza y que he querido compartir. Claro, al día siguiente me lancé a Visor a buscar la antología (Buffalo Bill ha muerto, trad. José Casas, Hiperión, 1996). Es un poema conocido, y en gran medida una rareza dentro de la obra de cummings. Hacía años que no lo leía, y sólo recordaba el último verso (mi memoria es pésima), así que lo he releído varias veces en ambas lenguas, como quien se adentra en otro tiempo, en otra emoción, y la revive:

en algún lugar a donde nunca he ido,gozosamente más allá
de toda experiencia,tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más delicado hay cosas que me rodean,
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca

tu mirada más leve me abrirá sin esfuerzo
aunque me haya cerrado como unos dedos,
tú siempre me abres pétalo a pétalo como abre la Primavera
(tocando hábil,misteriosamente)su primera rosa

o si tu deseo fuera cerrarme,yo y mi vida
nos cerraremos muy delicadamente,de repente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosamente por todas partes;

nada de lo que podamos percibir en este mundo iguala
el poder de tu inmensa fragilidad:su textura
me domina con el color de sus países,
produciendo muerte y eternidad a cada latido

(no sé qué hay en ti que se cierra
y se abre;pero algo en mi comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie,ni siquiera la lluvia,tiene unas manos tan pequeñas

Supongo que es una buena traducción, pero siempre suena mejor en la lengua original:

somewhere i have never traveled,gladly beyond
any experience,your eyes have their silence:
in your most frail gesture are things which enclose me,
or which i cannot touch because they are too near

your slightest look easily will unclose me
though i have closed myself as fingers,
you open always petal by petal myself as Spring opens
(touching skillfully,mysteriously)her first rose

or if your wish be to close me, i and
my life will shut very beautifully,suddenly,
as when the heart of this flower imagines
the snow carefully everywhere descending;

nothing which we are to perceive in this world equals
the power of your intense fragility:whose texture
compels me with the color of its countries,
rendering death and forever with each breathing

(i do not know what it is about you that closes
and opens;only something in me understands
the voice of your eyes is deeper than all roses)
nobody,not even the rain,has such small hands

Y aquí, el fragmento de la genial película de Woody Allen que desencadenó mi primera lectura de e. e. cummings, y al que he vuelto tras leer el poema:


domingo, 11 de noviembre de 2012

intensidad


No, definitivamente el tiempo de la niñez no tiene nada que ver con la felicidad, sino con la intensidad. Ser niño es ser intenso, agónico, vibrátil. La infancia es el tiempo de la ira y de la euforia, pero también de la melancolía más aguda. Las horas junto a mi hija me hacen recordar que era así, y tengo la impresión de comprenderla, de comprenderme. Acaso sólo la impresión. Lo que me desazona, sin embargo, más allá de no llegar a comprenderla realmente (la empatía es a menudo otra ficción), es no poder ser su igual. No poder ser ella, ahora.

jueves, 8 de noviembre de 2012

noche sin dormir, de Eduardo Chirinos


Noche sin dormir



Si voltea al otro lado de la cama el otoño
adquiere actitudes de felino. Turbias las
hojas empiezan a caer y caer como garras.
Hay mordiscos entonces hay resecamiento,
árboles que se mecen con violencia. Y un
poco de tos. Amarillo es inevitable. Ciertos
rojos que avanzan, ciegos, hacia la madurez.
Si volteo me escuchará roncar. Manchas
dispersas de verdor. De pronto vacas en
un establo, bloques de hielo donde navegan

los osos. ¿Invierno? Verdor dije. (Estoy un
poco confundido). Al otro lado de la cama
el verano agobia. Nubes de insectos sobre
la tela metálica. Azul cobalto. Nadar en
el trópico es un lujo: sobrio el mar lanza
botellas, naves absurdas, severos códigos.
Mañana es frágil. Un cuadro al que le faltan
líneas y le sobra color. Te falta primavera.
Cuando ella amanece es primavera.

Este es el poema que más me gusta del libro Mientras el lobo está (Visor, 2010), del peruano Eduardo Chirinos. Puede que no sea uno de los mejores (¿cómo decidir algo así?), y es, en cierto modo, una excepción en el conjunto de un libro compuesto de poemas más narrativos, en ocasiones cargados de un humor despojado de retórica y de soberbia, lleno de afectividad. Este verano tuve la suerte de conocer a Chirinos en Sète. Sé que seguiré leyéndolo, pero es de esos poetas que ganan, y mucho, si se les escucha leer sus poemas a la distancia de unos pocos pasos (y, como ocurre en el festival de Sète, mejor en la calle que en una sala cerrada).